lunes, 23 de noviembre de 2009

Caminar pisando cadáveres

Llegado el frío en otoño, hay un momento que me encoge el alma. Las acacias negras que adornan nuestras calles y plazas son despojadas por Bóreas de su follaje amarilleante, quedando como tantos árboles de ahorcados, con sus largas vainas pesadas meciéndose lentamente al viento. Es sólo cuestión de días hasta que también estos frutos sean arrancados de sus ramas y se precipiten al suelo.



Caminar por las calles se me hace en este momento del año un verdadero suplicio. Por todos lados yacen las vainas, como caídos en un campo de batalla. Las recién llegadas diríase intuyen su suerte, la de sus compañeras rotas, machacadas y reventadas bajo las botas de la especie inhumana que busca el placer en la destrucción de su hogar. La máxima indignidad es reservada a las que tienen la mala fortuna de ir a parar a las calzadas, reducidas a una pulpa por los ingenios infernales con los que los desaprensivos se desplazan por este mundo que tanto parecen odiar. A veces uno tiene la sensación de caminar pisando cadáveres.

La huella de otoños pasados nos mira desde el asfalto: las sombras de vainas impresas en él gritan en silencio contra esta orgía de destrucción en la que algunos han convertido sus vidas.

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